|
¿ UN TEXTO INÉDITO DE MAUPASSANT ? (1)
Hemos recibido, el 17 de octubre de 2005, el siguiente mensaje:
Hola,
Me resulta muy grato proponeros a continuación un texto
inédito de Maupassant, producto de mis investigaciones personales en la
Biblioteca Nacional. El texto, jamás editado, y encontrado bajo su forma
manuscrita original*, formaba parte de una pila de documentos administrativos
(desordenadamente clasificados) que habían pertenecido al autor. El estado de
estos documentos, pero sobre todo por el modo característico en que estaban
empaquetados, con cartón enlazado conteniéndolos (aberturas y pliegues muy poco
usados) permite suponer que han sido muy poco consultados desde su depósito en
la Biblioteca Nacional en 1925. El dossier administrativo en cuestión tiene por
sí mismo un valor anecdótico, por lo que se comprende que haya sido ignorado
durante mucho tiempo, durmiendo en “la oscuridad literaria” de esos modestos
tesoros tan poco visitados de la Biblioteca Nacional y condenado en general a
una paz casi eterna en sus estanterías... Fue, sin contar con la perspicacia de
un enamorado de la literatura, también la suerte, el azar – o si se quiere el
destino -, por lo que ese manuscrito extraviado ha salido del olvido, estando
hoy orgulloso de presentarlo en Internet a los exegetas o simples admiradores de
Maupassant.
Este documento, milagrosamente salido de la sombra por
mis desvelos, es el resultado de investigaciones emprendidas un poco al azar en
la Biblioteca Nacional, donde, por una feliz conjunción de circunstancias, un
tanto complicadas de explicar con detalle, me ha sido permitido a título
excepcional, pero también de modo oficial, descubrir y sacar a la luz documentos
que permanecían ocultos no sé por qué razón (¿negligencias, olvido, error de
clasificación, falta de interés?)
El texto de Maupassant es mi más emocionante
descubrimiento y pertenece por supuesto al patrimonio literario mundial. Estoy
particularmente orgulloso de haber contribuido a engrosar la obra de Maupassant,
aunque solo se trate de media página.
*El manuscrito ha sido registrado en octubre de 2004 bajo el número 0057789 y
quizás a partir de ahora consultado en la Biblioteca Nacional por el público
bajo petición oficial siguiendo las formalidades habituales.
Raphaël
Zacharie de Izarra
EL PASEANTE
Abril llegaba a su fin. La estación era hermosa, las calles se animaban y la
ciudad era todo bullicio: hombres, plantas y animales se ofrecían a la vida.
Todo se despertaba bajo los efluvios primaverales. Las criaturas, cada una a su
manera, sacaba provecho de los favores de la naturaleza. Los días hermosos me
producían una profunda languidez, una especie de innata tristeza alegre que, al
igual que las yemas, no pedía más que abrirse al sol de mayo. Paseaba mi
deliciosa sensación a orillas del río, pensativo y despreocupado.
La Melancolía de todas las épocas habitaba en mi alma.
A los cuarenta años había vivido. Solitario y estudioso. Esteta y altivo. Largos
años dedicados a las Artes, a las Ciencias, a la Religión. Mis amigos más
queridos eran los libros, los árboles, los gatos, las iglesias; en ocasiones,
también algunos hombres de letras con quiénes pasaba largas veladas estivales
conversando bajo las estrellas.
Las mujeres me testimoniaban alguna deferencia.
Las mantenía a distancia. No es que fuesen importunas compañías, pero afectado
de no sé que llama de excepción, no me resolvía a corresponder a su amistad en
términos definitivos. Esperaba pasiones de envergadura, persuadido de que a las
almas superiores la vida le reserva unas satisfacciones que nada tienen que ver
con las alegrías ordinarias. Sospechaba la existencia de otras riquezas en la
existencia, más ocultas pero más deslumbrantes. Cuando las mujeres ejercían
sobre mí sus encantos de un modo más inmodesto, me alejaba, no sin elegancia, de
esas fáciles tentaciones. Débilmente desde luego, pues, hecho de carne yo
también, no podía permanecer completamente insensible a las llamadas del
himeneo, no obstante mi indiferencia era sincera.
De este modo llevaba yo la existencia, casi brillante,
un poco taciturno, a la vez atormentado y con la indolencia de las personas bien
nacidas que se dedican a causas desinteresadas. El estudio, el ensueño, la
reflexión; la poesía me iba formando día tras día, año tras año. Las glorias
que recogía y las angustias que afrontaba eran sobre todo de naturaleza
interior, lo que no me impedía vivir por otro lado experiencias más tangibles.
Las aventuras en esos casos tomaban un cariz casi iniciático, un tanto novelesco,
didáctico, casi irreal. La experiencia vivida me dejaba un regusto seco de
teoría, la impresión decepcionante de una obra inacabada, a menudo burlesca,
incluso trivial.
Yo estaba hecho para el sueño.
Caminaba a lo largo de la orilla, sometido por los
encantos del último día de abril, sumido en mis pensamientos, cuando la
vi...Vestida de negro, la garganta blanca, un gran sombrero sobre su austera
frente, mirada profunda, los labios sanguíneos, las uñas como cuchillas...
¡Visión espantosa! Pero era una mujer de carne, una mujer de mi especie:
una auténtica aristócrata ociosa y barroca, con toda evidencia. ¿Fea? ¿Hermosa? No
habría sabido decirlo. Sin embargo encontraba voluptuosa a esa viuda . Especie
de cadáver lascivo o de pelele mundano, la criatura me produjo el efecto de un
retumbar de trueno en pleno cielo de verano. Mis sentidos, mis sentimientos, mis
gustos, todo en mí fue sacudido. Mis más queridas certitudes se redujeron a
polvo.
Le declaré mi pasión. La araña no fue insensible a mi
incierta cuarentena ni a mi evidente conmoción. Me convertí por completo en la
mosca al desvelarle los secretos de mi alma: nos habíamos encontrado, ella la
piedra sepulcral, yo el crucifijo.
Abril llegaba a su fin. La estación era hermosa... No me cruzaba con nadie en el
paseo ribereño. Esta historia que usted ha leído, sencillamente acababa de
soñarla a lo largo de la orilla. Lectores, que hasta este párrafo final me
habéis acompañado, las últimas palabras de este texto serán su razón de ser y
agradarán a vuestra imaginación: sed los testigos privilegiados de mi vida que,
más allá de este relato, prosigue como en un sueño.
(1) Nota del webmaster.- Tras
haber leído algunos desmentidos en relación con la autenticidad de la autoría de
este texto por Maupassant, pude ponerme en contacto con Raphäel-Zacharie de
Izarra para que me confirmase este extremo. Esta fue su inmediata respuesta el
día 27 de diciembre de 2007:
Bonsoir José,
Effectivement, il y a beaucoup d'académiciens jaloux, c'est très bien vu!
Ce texte de Maupassant est un authentique inédit.
Je confirme que ce texte est un inédit de Maupassant, je suis d'ailleurs le
découvreur de ce texte à la valeur littéraire inestimable. Merci de vous
préoccuper de cette affaire qui me tient très à coeur.
Raphaël Zacharie de Izarra.
( Buenas noches José,
Efectivamente hay muchos académicos envidiosos, ¡esa es una muy buena
apreciación!
Ese texto de Maupassant es un inédito auténtico.
Confirmo que ese texto es un inédito de Maupassant, además yo soy el descubridor
de ese texto de un inestimable valor literario. Gracias por preocuparse de este
asunto de tanta importancia para mí.)
Después de esta comunicación me puse en contacto con
un especialista en la vida y obra de Guy de Maupassant, el Sr. Jacques Bienvenu,
preguntando su opinión acerca de la autenticidad de este relato. Su respuesta
fue contundente: Le promeneur est un faux sans aucun doute. ( "El
paseante" es falso sin duda alguna).
Por último la profesora de la Universidad de
Picardía, Noëlle Benhamou, en su sitio web Maupassantiana, dedicada a
Maupassant, afirma: Un faux inédit de Maupassant circule sur Internet.
Intitulé « Le Promeneur », ce texte est donné par Raphaël Zacharie de Izarra
comme un écrit oublié de Maupassant, trouvé dans un carton de manuscrits de la
BnF… La ficelle étant un peu grosse, la supercherie fut vite découverte.
´(Un falso inédito de Maupassant circula
por Internet. Titulado « Le Promeneur », este texto ha sido presentado por
Raphaël Zacharie de Izarra como un escrito olvidado de Maupassant, encontrado en
unos legajos de la Biblioteca Nacional Francesa... Siendo un truco un tanto
burdo, la superchería fue rápidamente descubierta)
Texto original en francés:
Le
promeneur
Avril s'achevait. La saison était belle, les rues s'animaient, la ville n'était
qu'efflorescences : hommes, plantes et bêtes s'offraient à la vie. Tout
s'éveillait sous les effluves vernaux. Les créatures tiraient profit chacune à
sa manière des bienfaits de la nature. Les beaux jours ranimaient chez moi de
profondes langueurs, une sorte de tristesse joyeuse innée qui, comme les
bourgeons, ne demandait qu'à s'épanouir au soleil de mai. Je promenais mon
trouble délicieux au bord de l'onde, pensif et insouciant.
La Mélancolie de tout temps habitait mon âme. A quarante ans j'avais vécu.
Solitaire et studieux. Esthète et hautain. De longues années consacrées aux Arts,
aux sciences, à la religion. Mes amis les plus chers étaient les livres, les
arbres, les chats, les églises, quelques hommes de lettres parfois, avec qui je
passais de longues soirées d'été à causer sous les étoiles.
Les femmes me témoignaient quelque assiduité. Je les tenais à distance. Non
qu'elle fussent d'importunes compagnies, mais épris de je ne sais quelle flamme
d'exception, je ne me résolvais pas à répondre à leur amitié en termes
définitifs. J'attendais des feux d'envergure, persuadé qu'aux âmes supérieures
la vie réservait des éblouissements qui n'avaient rien à voir avec les joies du
commun. Je soupçonnais d'autres richesses dans l'existence, plus cachées mais
plus éclatantes. Lorsque les femmes sur moi exerçaient plus immodestement leurs
charmes, je me détournais non sans élégance de ces commodes tentations.
Mollement certes, car fait de chair moi aussi je ne pouvais demeurer
parfaitement insensible aux appels de l'hyménée, mais mon détachement avait
quelque chose de sincère néanmoins.
Ainsi je menais l'existence presque brillante, un peu taciturne, à la fois
tourmentée et indolente des gens de belle naissance qui se vouent à des causes
désintéressées. L'étude, la rêverie, la réflexion, la poésie m'édifiaient de
jour en jour, d'année en année. Les gloires que je récoltais et les affres que
j'affrontais étaient surtout intérieures, ce qui ne m'empêchait pas de vivre par
ailleurs des expériences plus tangibles. Les aventures en ces cas-là prenaient
un tour quasi initiatique, quelque chose de livresque, de didactique. Presque
irréel. L'expérience vécue étrangement me laissait un goût sec de théorie.
L'impression décevante d'une oeuvre inachevée. Souvent burlesque, voire triviale.
J'étais fait pour le rêve.
Je cheminais le long de la berge, tout aux charmes du dernier jour d'avril, noyé
dans mes pensées. Lorsque je la vis... Parée de noir, la gorge blanche dénudée,
un grand chapeau sur son front austère, l'oeil profond, les lèvres sanguines,
les ongles comme des lames... Vision effrayante ! Mais c'était bien une femme de
chair, une femme de mon espèce qui plus est : authentique aristocrate oisive et
baroque, de toute évidence. Laide ? Belle ? Je n'aurais su le dire. Je trouvai
voluptueuse cette veuve cependant. Sorte de cadavre lascif ou de pantin mondain,
la créature me fit l'effet d'un coup de tonnerre en plein ciel d'été. Mes sens,
mes sentiments, mes goûts, tout en moi fut ébranlé. Mes plus chères certitudes
tombèrent en poussière.
Je lui déclarai ma flamme. L'araignée ne fut pas insensible à ma quarantaine
incertaine, ni à mon émoi guindé. Je fis tout à fait mouche lorsque je lui
dévoilai les secrets de mon âme : nous nous étions trouvés, elle la pierre
tombale, moi le crucifix.
Avril s'achevait. La saison était belle... Je ne croisai personne le long de la
berge. Cette histoire que vous venez de lire, je venais simplement de la rêver
le long de la berge. Lecteurs qui jusqu'à cette phrase finale m'avez accompagné,
le dernier mot de ce texte sera sa raison d'être et plaira à votre imaginaire :
soyez les témoins privilégiés de ma vie qui par-delà ce récit se poursuit comme
dans un rêve.
|